La depresión es una de las enfermedades más graves y complejas de la sociedad moderna. No tiene una cura específica y ha sido el foco de millares de estudios a lo largo de las últimas décadas. Cientos de millones de personas en el mundo han sido diagnosticadas y es probable que otros cientos que no tienen acceso a la medicina del primer mundo la sufran calladamente. Pese a la comodidad de las naciones con más recursos, la bonanza material no parece ser una barrera para esta enfermedad cuyas causas aún desvelan a la comunidad médica y científica.
La gama de medios que se utilizan para combatirla va desde las psicoterapias como el psicoanálisis u otras alternativas, hasta el coctel de fármacos antidepresivos que ha promocionado con ahínco la industria farmaceútica, pese a los dudosos resultados que provoca su ingesta. Estos fármacos conocidos como SSRI comenzaron a promocionarse masivamente en la década de los noventa, cuando las grandes industrias farmacéuticas usaron el argumento a favor de la teoría del desbalance en el nivel de serotonina de la depresión, postulada durante la década de los sesenta.
Desde ese entonces la idea de que la depresión es una enfermedad provocada por un desbalance químico en el cerebro tomó fuerza, tanto a nivel de las consultas particulares con los médicos como con la publicidad pagada por la industria farmaceútica para potenciar sus productos. Como las personas suelen acatar lo que le dicen sus médicos el boom de los antidepresivos se disparó. Y muchos los empezaron a tomar porque creían que tenían algún problema en el cerebro que requería un antidepresivo para solucionarlo. En el periodo de este impulso comercial, el uso de antidepresivos aumentó de forma espectacular, y ahora se recetan a una de cada seis personas adultas en Inglaterra, por ejemplo.
Durante mucho tiempo, algunos académicos, entre ellos algunos psiquiatras destacados, han sugerido que no hay pruebas satisfactorias que apoyen la idea de que la depresión es el resultado de una serotonina anormalmente baja o inactiva. Otros siguen respaldando la teoría. Sin embargo, hasta ahora no ha habido una revisión exhaustiva de la investigación sobre la serotonina y la depresión que permita llegar a conclusiones firmes en uno u otro sentido.
A primera vista, el hecho de que los antidepresivos de tipo ISRS actúen sobre el sistema de la serotonina parece apoyar la teoría de la serotonina en la depresión. Los ISRS aumentan temporalmente la disponibilidad de serotonina en el cerebro, pero esto no implica necesariamente que la depresión sea causada por lo contrario de este efecto.
Hay otras explicaciones para los efectos de los antidepresivos. De hecho, los ensayos farmacológicos muestran que los antidepresivos apenas se distinguen de un placebo (píldora ficticia) cuando se trata de tratar la depresión. Además, los antidepresivos parecen tener un efecto generalizado de adormecimiento de las emociones que puede influir en el estado de ánimo de las personas, aunque no sabemos cómo se produce este efecto ni mucho sobre él.

Una revisión que pone en tela de juicio esta teoría
Por primera vez un equipo de investigadores realizó una revisión "paraguas" de esta teoría, publicada en la revista Nature, que implicó la identificación sistemática y la recopilación de las visiones generales existentes de las pruebas de cada una de las principales áreas de investigación sobre la serotonina y la depresión. Aunque se han realizado revisiones sistemáticas de áreas individuales en el pasado, ninguna ha combinado las pruebas de todas las diferentes áreas con este enfoque.
Una de las áreas de investigación incluida fue la investigación que comparaba los niveles de serotonina y sus productos de descomposición en la sangre o el fluido cerebral. En general, esta investigación no mostró una diferencia entre las personas con depresión y las que no la padecen. Otra área de investigación se ha centrado en los receptores de serotonina, que son proteínas situadas en los extremos de los nervios a los que se une la serotonina y que pueden transmitir o inhibir los efectos de la serotonina.
Las investigaciones sobre el receptor de serotonina más comúnmente investigado sugirieron que no había diferencias entre las personas con depresión y las que no la padecían, o que la actividad de la serotonina estaba realmente aumentada en las personas con depresión - lo contrario de la predicción de la teoría de la serotonina.
La investigación sobre el "transportador" de serotonina, es decir, la proteína que ayuda a terminar el efecto de la serotonina (es la proteína sobre la que actúan los ISRS), también sugirió que, en todo caso, había una mayor actividad de la serotonina en las personas con depresión. Sin embargo, estos resultados pueden explicarse por el hecho de que muchos de los participantes en estos estudios habían utilizado o utilizaban actualmente antidepresivos.
También se analizaron las investigaciones que exploraron si la depresión puede ser inducida en voluntarios mediante la disminución artificial de los niveles de serotonina. Dos revisiones sistemáticas de 2006 y 2007 y una muestra de los diez estudios más recientes (en el momento en que se realizó la investigación actual) encontraron que la disminución de la serotonina no produjo depresión en cientos de voluntarios sanos.
Una de las revisiones mostró pruebas muy débiles de un efecto en un pequeño subgrupo de personas con antecedentes familiares de depresión, pero esto sólo involucró a 75 participantes. Estudios muy amplios, en los que participaron decenas de miles de pacientes, analizaron la variación genética, incluido el gen que contiene las instrucciones para fabricar el transportador de serotonina. No encontraron ninguna diferencia en la frecuencia de las variedades de este gen entre las personas con depresión y los controles sanos.
La evidencia apunta en otra dirección
Este estudio pone en tela de juicio la efectividad y lógica que sostiene el uso y la prescripción de antidepresivos, los que principalmente actúan sobre la serotonina y la noradrenalina. Aunque considerar la depresión como un trastorno biológico puede parecer que reduciría el estigma, de hecho, las investigaciones han demostrado lo contrario, y también que las personas que creen que su propia depresión se debe a un desequilibrio químico son más pesimistas sobre sus posibilidades de recuperación.
Lo que ya está más claro que el agua es que la idea de que la depresión se debe a un "desequilibrio químico" es una hipótesis cada vez menos respaldada por la evidencia. Tampoco se entiende con claridad qué provoca en el cerebro la elevación temporal de la serotonina u otros cambios bioquímicos producidos por los antidepresivos. Esto tampoco niega que en cierta porción de la población los efectos de los antidepresivos los han ayudado a llevar una vida más decente, aunque la pregunta es a qué precio, monetario y anímico.

Polémica
En otra vereda de la comunidad científica hay quienes disienten con algunas de las conclusiones del estudio. En una nota de la revista The conversation el psiquiatra biológico de la Universidad de Edinburgo, Andrew M McIntosh, y la profesora en epidemiología genética y estadísticas del King’s College de Londres, Cathryn Lewis, dicen lo siguiente:
“La depresión suele tratarse eficazmente con antidepresivos o con tratamientos hablados, como la terapia cognitivo-conductual, a pesar de que no se conoce bien la enfermedad ni cómo funcionan estos tratamientos. No podemos saber si los tratamientos abordan el problema subyacente porque aún no hemos identificado cuál es. Insinuar que los antidepresivos ISRS pueden no valer la pena es malinterpretar una base de pruebas que dice todo lo contrario. Poco a poco, estamos empezando a comprender mejor las causas de la depresión y a identificar subtipos, o "depresiones", que tienen mecanismos y tratamientos más específicos.”
Si hay algo que no se puede cuestionar es que la depresión se manifiesta en tantas formas como pacientes que la sufren. Puede existir una diversidad de factores tan amplia en cada caso que no es fácil generalizar las causas, que van desde experiencias traumáticas hasta variaciones genéticas y condiciones socio ambientales. Es una de esas enfermedades de las que mientras más se estudia más compleja se vuelve. De qué el cerebro participa en ella está claro, pero ya no está tan claro si la teoría de la serotonina es uno de los factores principales en su funcionamiento.
Es probable que en esta década y las siguientes veamos un gran avance en el conocimiento de las dinámicas neuronales asociadas a esta enfermedad gracias al desarrollo de las interfaces cerebro-computador, como las que desarrolla Neuralink y Synchron. Esta tecnología nos proveerá de un diccionario mucho más definido y específico de lo que ocurre a nivel cerebral y podría potencialmente ayudar a la depresión, como ya ocurrió en un caso pionero que detallamos en otro de nuestros artículos.

