Son tiempos raros los que estamos viviendo. Con una pandemia recién terminada, crisis económica, monos jugando videojuegos de manera telepática con una interfaz cerebro-computador de Neuralink, Twitter ahora en manos de Elon Musk y personas paralizadas que, gracias a algunas neurotecnologías de punta, pueden volver a caminar. Prótesis inteligentes, batidos de proteína o comida sintética al estilo de astronauta para mejorar el desempeño muscular en el gimnasio o para una maratón.

El mercado de productos que busca mejorar diversos tipos de destrezas humanas, desde la atención hasta la fuerza bruta de nuestros músculos, es cada vez más amplio y experimental, con una demanda que no hace más que crecer para seguirle el ritmo apabullante al progreso y la competencia laboral.

En una cultura acostumbrada a siempre buscar el mejor desempeño, el sobresalir sobre los demás y hacerse notar para ganar un ascenso o una beca, las personas están ávidas por cualquier recurso o método que los pueda llevar a sacar una nota más alta en el examen o estar más horas despierto programando el código de la start up que están armando con un grupo de empeñosos amigos o por si solos.

La búsqueda de tener una ventaja de cualquier tipo es una constante en la historia de nuestra civilización, y puede venir por el lado de las cosas más simples, como despertarse más temprano y empezar el día con una taza de café fuerte que arrancar con más ímpetu la fábrica de neuronas que llevas en el cerebro o alguna vez hayas tomado una medicación que te permita mantener la concentración durante una mayor cantidad de tiempo.

Todo esto trae una serie de complejas interrogantes como: ¿qué es aceptable? ¿Cuándo cruzan los tratamientos la línea que separa el restablecimiento de las funciones biológicas de la potenciación de las capacidades cognitivas o físicas en personas completamente sanas, aunque sólo para los que pueden pagar? Ya sabemos que todo lo que se pueda comprar y vender, especialmente cuando hablamos de productos novedosos y costosos, genera una gran brecha entre quienes pueden adquirirlos y quiénes no.

La mejora humana siempre ha caminado por la cuerda floja de la ética. Pero el reciente auge de la ingeniería genética, los exoesqueletos dotados de IA, los implantes cerebrales y los tratamientos de longevidad están llevando la frontera del rediseño de nosotros mismos -o de la humanidad en su conjunto- a un nuevo nivel.

¿En este escenario cuál es la vía adecuada para el progreso humano?

Un reciente artículo publicado en Science establece un marco para guiar los próximos pasos de la mejora humana. El objetivo principal es proteger a los implicados, especialmente a las poblaciones vulnerables y a las personas que no pueden dar fácilmente su consentimiento. El documento aboga por un sistema de supervisión ética a escala mundial y por considerar el riesgo de que se produzca una mayor división entre los que pueden permitirse los tratamientos y los que no.

"Se trata del primer conjunto de directrices amplio, respaldado por las partes interesadas e institucionalizado para la I+D [investigación y desarrollo] en materia de mejora humana, señalan los autores, los doctores Yasemin Erden y Philip Brey, de la Universidad de Twente en Enschede (Países Bajos). "Contar con mecanismos que guíen y regulen la I+D ayudará a que ésta avance de forma beneficiosa y se aleje de prácticas y resultados poco éticos".  Primeras directrices éticas El marco se basa en el respaldo de la Comisión Europea a un conjunto de directrices similares en 2021. La idea es situar la ética en el centro de las tecnologías emergentes, en lugar de dejarla como algo secundario.

Bautizado como SIENNA (ética informada por las partes interesadas para las nuevas tecnologías con alto impacto socioeconómico y en los derechos humanos), el proyecto forma parte del principal programa de financiación de la UE para la investigación, que supervisa los programas innovadores hasta 2027. Su principal objetivo es orientar la IA, la genómica humana y la mejora humana para el bien. Por ejemplo, ¿cómo podemos alinear estas tecnologías con los principios fundamentales de los derechos humanos?

"El objetivo del proyecto SIENNA era estudiar estas cuestiones y proponer formas de abordarlas", dijo Brey, que coordina el programa.

La mayoría de la gente apoya el uso de biotecnologías de vanguardia para trastornos que de otro modo serían intratables. Por ejemplo, utilizar la ingeniería genética para combatir enfermedades hereditarias y reducir el sufrimiento. Instalar manos o piernas robóticas conectadas al cerebro para devolver a una persona paralizada la capacidad de agarrar o caminar.

La mejora humana es mucho más polarizante. En un extremo están los transhumanistas, que "dan prioridad a la elección individual y destacan los beneficios para los individuos y la sociedad", explican los autores. En el lado opuesto están los bioconservadores, que dudan de los esfuerzos biotecnológicos por "jugar a ser Dios" y señalan las posibles intrusiones en la salud, la igualdad en la sociedad y el bienestar de las personas.

"Queríamos trazar un mapa de los problemas actuales, así como de los retos que cabría esperar en los próximos 20 años", dijo Brey.  Para calibrar mejor el espíritu general de la mejora humana, SIENNA -un consorcio internacional de 12 socios- consultó a cientos de expertos y a unos 11.000 civiles de casi una docena de países. Los datos resultantes ayudaron a desarrollar un conjunto de directrices éticas para la mejora humana, que nunca antes habían existido, explicó Brey.

Cinco categorías

El equipo abordó primero un problema difícil: ¿qué se considera mejora?

A partir de la investigación, establecieron cinco categorías que no se excluyen mutuamente. La primera es la mejora física, es decir, las intervenciones como los medicamentos o la ingeniería genética para aumentar las capacidades físicas o introducir otras nuevas. Estos retoques ya aparecen en los escándalos de dopaje de los atletas profesionales, como los atletas de resistencia que utilizan EPO para aumentar su resistencia. Imagínese cómo podría alterar la destreza física el aumento genético de la expresión de EPO o las extremidades robóticas controladas por el cerebro.

Otra categoría es la mejora cognitiva, destinada a potenciar la inteligencia y la memoria, o incluso a proporcionar nuevas sensaciones. No se trata de ciencia ficción. El activista cíborg Neil Harbisson lleva desde 2004 una antena implantada en el cráneo, que traduce el color -incluidos los tonos infrarrojos y ultravioletas normalmente invisibles para el ojo humano- en vibraciones audibles, ampliando esencialmente su experiencia consciente del mundo.

Las tres últimas categorías son la longevidad, la cosmética y las mejoras morales. La longevidad se centra en las intervenciones para prolongar la vida, y la cosmética altera la apariencia de la persona, como añadirle orejas de elfo. Las mejoras morales, si son posibles, son mucho más controvertidas. El objetivo aquí es utilizar la biotecnología para fomentar actitudes y comportamientos que se consideren moral o socialmente aceptables. Algo que directamente podemos entender bajo el prisma del biocontrol tecnocrático, en que una sociedad premia a aquellos ciudadanos que siguen los lineamientos de un supuesto bien social, en desmedro de quienes persiguen acciones individuales moralmente “sospechosas” o “desviadas”.

Estos esfuerzos de mejora humana de tipo científico desencadenan un gran enigma ético. "Como la mejora humana no forma parte claramente de la medicina, no se sabe si las leyes, los requisitos institucionales, las convenciones y las directrices éticas que se aplican a la medicina también se aplican a la mejora", escriben los autores.

Una hoja de ruta de varios niveles Con los datos en la mano, el equipo construyó un conjunto de directrices basadas en seis valores clave con "un atractivo ampliamente universal". Cada uno de ellos está profundamente arraigado en los debates éticos filosóficos anteriores y en los tratados internacionales sobre derechos humanos.

En su núcleo se encuentran tres principios interrelacionados: el bienestar individual, la autonomía y el consentimiento informado. Quien recibe las mejoras, especialmente las irreversibles, debe ser muy consciente de los beneficios y los posibles problemas, tanto a corto como a largo plazo. También es esencial establecer un sistema de apoyo, sobre todo si la mejora requiere apoyo o actualizaciones de por vida, como en el caso de los implantes cerebrales, que con el tiempo necesitan reemplazar el hardware o actualizar el software.

Los autores señalan que debemos tener en cuenta las implicaciones legales de las licencias de software que subyacen a las tecnologías de mejora humana.

Otros valores clave son la igualdad, la justicia y la responsabilidad moral y social. Imaginemos a los que pueden permitirse bebés diseñados genéticamente, optimizados en cuanto a salud, función cognitiva y superioridad cosmética (si quieren ver un futuro en esa línea vean la película Gattaca con Ethan Hawke), frente a las familias que sólo pueden confiar en el nacimiento natural. En otro escenario, las personas que primero buscan mejoras cosméticas o de otro tipo -como la instalación de implantes cerebrales cuando ya están sanas- pueden ser condenadas al ostracismo o consideradas "desviadas" según los valores de la sociedad.

Los autores afirman que la mejora humana debe "evitar perpetuar o exacerbar las desigualdades existentes entre grupos y comunidades". Hay que cortar de raíz la discriminación de las personas no mejoradas, así como los estereotipos perjudiciales en materia de inteligencia o belleza.

Hay que establecer normas aún más estrictas para los niños o adultos con discapacidad que no pueden dar su consentimiento informado. Las mejoras deberían tener ya pruebas claras de los beneficios y pocos efectos secundarios en los adultos y ser ampliamente aceptadas, teniendo en cuenta sus mejores intereses. Los bebés CRISPR, por ejemplo, no pudieron opinar sobre su papel como primeros niños modificados genéticamente a partir de una tecnología de edición de genes relativamente nueva.

Los autores esperan poder inspirar nuevos debates en todo el mundo, pero reconocen que las directrices no son suficientes por sí mismas. En última instancia, "deberían incorporarse a las nuevas normativas, políticas, protocolos y procedimientos" a medida que naveguemos por la ecosfera de la mejora humana en las próximas décadas, dijeron.

El caso de Neuralink, la compañía de interfaces cerebro-computador de Elon Musk, es uno de los mejores ejemplos de lo que podría ser una plataforma para distintas mejoras, desde el ámbito cognitivo a la recuperación de la movilidad para personas parapléjicas, la telepatía como formato de interacción con los dispositivos tecnológicos digitales y hasta entre personas con los dispositivos que voluntariamente permitan la comunicación mutua.

Los escenarios tipo Matrix de aprender distintas habilidades en cosa de minutos aún están más lejanos pero no son tan descartables como podría parecer de buenas a primeras. Es por esto que Musk planea que el dispositivo baje de precio a medida que progresen las distintas versiones y la producción y la demanda alcanzen volúmenes cada vez más altos. El propósito es que todo aquel que quiera pueda acceder a este dispositivo y mejorar el bando de ancha de interacción entre el cerebro y las plataformas digitales.